El legado del Yayo
La noticia llegó una oscura noche de invierno. Mi abuelo, el pilar de mi vida, había fallecido. El hombre que había sido mi mentor, mi inspiración y mi amigo más querido, ya no estaba. La soledad me envolvió de inmediato, como una manta pesada que no podía quitarme de encima.
Mi madre, muy amiga suya, una hija muy querida, le estuvo acompañado toda su vida y en sus últimos instantes. Llamándome de inmediato entre lagrimas, la madrugada cuando falleció, para poder ir a verle por ultima vez, dormido en el sofá.
Mi abuelo era mucho más que un abuelo para mí. Era un diseñador gráfico legendario, un verdadero maestro del arte y la creatividad. Desde que era pequeño, solía sentarme en el garaje, observándolo trabajar. Sus manos se movían con una destreza y una pasión que me dejaban asombrado. Cada trazo, cada corte, cada puntada, se convertía en una lección de vida y arte.
Recuerdo las tardes en su taller, lleno de piezas, hilos y herramientas de trabajo. El aire estaba siempre impregnado del aroma a tela. Me enseñaba con paciencia infinita, explicándome la importancia de cada elección que hacía en cada día, entre historias de la mili y un pasado bellísimo al mismo tiempo que duro al vivir la post-guerra de niño. No solo me mostraba cómo usar las herramientas, sino también cómo pensar y sentir como un verdadero artista.
«El trabajo no es solo acerca de lo que ves,» solía decirme. «Es acerca de lo que sientes. Cada momento y cada paso deben contar una historia, deben transmitir una emoción.»
Estas palabras se quedaron grabadas en mi mente, formando la base de mi propio enfoque al diseño. Sin embargo, en su ausencia, todo lo que solía darme alegría ahora me parecía vacío. Me sentía perdido en mi estudio y casa de 35m2, rodeado de sus enseñanzas pero sin su presencia física.
Un día, mientras revisaba algunas de sus antiguas fotografías, encontré una carta dirigida a mí. La abrí con manos temblorosas y la leí:
«Tete, sé que algún día enfrentarás momentos de soledad y dudas. Quiero que recuerdes que cada desafío es una oportunidad para crecer. El arte es un reflejo de tu alma, y aunque yo ya no esté a tu lado, siempre estaré contigo a través de nuestras creaciones compartidas. Sigue adelante con coraje y pasión, y nunca dejes de creer en ti mismo. Con amor, el yayo.»
Las lágrimas brotaron de mis ojos al leer esas palabras. Su sabiduría y amor seguían guiándome, incluso desde el más allá. Decidí que, en honor a su memoria, continuaría con más fuerza y dedicación que nunca. Mi abuelo había dejado un legado, no solo en su trabajo, sino en mí.
Empecé a trabajar con una nueva determinación, incorporando cada lección que me había enseñado. Mi estudio, que antes parecía tan vacío, comenzó a llenarse de vida nuevamente. Sentía su presencia en cada línea que dibujaba, en cada color que elegía. Su espíritu vivía en mi trabajo, dándome fuerza y propósito.
Cada proyecto se convirtió en un homenaje a él, un agradecimiento por todo lo que me había enseñado. Y aunque la soledad seguía siendo una compañera constante, también lo era el amor y la sabiduría de mi abuelo. Su legado era una luz que me guiaba en los momentos más oscuros.
Cada vez que termino un trabajo, miro al cielo y sonrío, sabiendo que él estaría orgulloso. La soledad ya no es un peso insostenible, sino una compañera que me recuerda la profunda conexión que siempre tendremos.