Mi lucha personal
La lluvia caía con una furia que parecía reflejar mi estado interno. Esa noche, estaba solo en mi estudio, mirando la pantalla de mi portatil. El parpadeo del ratón era un eco de las dudas y miedos que me consumían. Había dedicado tantos años de mi vida al diseño gráfico, recibiendo elogios y reconocimiento, pero una sensación constante de ser un fraude me perseguía. Temía que, en cualquier momento, alguien descubriría que no era tan talentoso como aparentaba.
Desde niño, el arte había sido mi refugio. Pasaba horas dibujando, creando mundos con colores y formas, usando el 3D y aprendiendo las herramientas digitales que ahora eran mi pan de cada día. Sin embargo, cada logro que alcanzaba venía acompañado de una voz en mi cabeza que susurraba: «No eres lo suficientemente bueno. Todo esto es pura suerte».
El síndrome del impostor se convirtió en mi compañero constante, robándome la paz y llenando mis noches de insomnio y mis días de ansiedad paralizante. Empecé a alejarme de mis colegas y amigos, temiendo que descubrieran mi «verdadera» falta de talento. Mi mundo se volvió un lugar solitario, donde cada logro se veía eclipsado por el miedo.
Una tarde, después de una jornada extenuante y con el corazón en pedazos, decidí abrirme a un viejo amigo, él no era diseñador. Con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa, le confesé mi temor a no ser lo suficientemente bueno. Para mi sorpresa, no se rió ni me juzgó. En cambio, me abrazó y me dijo con voz firme:
«Todos hemos estado ahí. El síndrome del impostor es algo que muchos creativos enfrentan. La clave está en reconocer tus logros y entender que tus éxitos no son casualidad, sino fruto de tu talento y esfuerzo».
Esa conversación fue un rayo de esperanza en mi tormenta. Decidí enfrentar mis miedos de una vez por todas. Comencé a llevar un diario de gratitud, anotando cada uno de mis logros, por pequeños que fueran. Me inscribí en un curso de mindfulness para aprender a manejar mi ansiedad y vivir en el presente.
El camino no fue fácil. Había días en los que la oscuridad volvía a apoderarse de mí. Pero poco a poco, empecé a ver mis trabajos con una nueva perspectiva. En lugar de centrarme en mis defectos, comencé a apreciar mi evolución y crecimiento como diseñador. Los proyectos que antes me parecían mediocres, ahora eran testimonio de mi mejora constante. Mi confianza creció y, con ella, mi creatividad floreció.
Un año después, recibí una invitación para dar una charla en una escuela de diseño. La idea me aterrorizaba, pero decidí aceptar el desafío. Frente a una audiencia atenta, compartí mi historia durante horas, incluyendo mis luchas con el síndrome del impostor y relatos personales, no solamente técnicos.
Al terminar mi charla, la sala estalló en aplausos y sensaciones emotivas. Me di cuenta de que mi vulnerabilidad había tocado a muchos. Mi historia no solo había inspirado a otros diseñadores, sino que también me había permitido sanar.
Hoy, sigo siendo un diseñador gráfico, apasionado, pero ahora también soy un defensor de la salud mental en la industria creativa. He aprendido que no soy un impostor, sino un profesional en constante crecimiento. Mi viaje no ha terminado, pero he encontrado la fuerza para seguir adelante, confiando en mi talento y sabiendo que cada paso, ya sea grande o pequeño, me acerca a mis sueños.